por danila.
En este preciso momento, Bernard Madoff debe estar entrando a la carcel. Luego de declararse culpable de los trece delitos de fraude por un estimado de $65.000 millones de dólares, ahora se encuentra detrás de las barras (ya sin vista al mar) hasta que se declare su sentencia definitiva de aquí a tres meses.
Bernard Madoff no es cualquier financista. Además de inversor de gran escala, era un reconocido filántropo, y una de los impulsores del NASDAQ, la bolsa de valores de empresas tecnológicas.
Como en los escándalos de principios de esta década, -recordarán Enron (2001) y Parmalat (2003), entre otros-, también en el caso de Madoff estuvo la complicidad de los auditores y la negligencia de las autoridades.
Que Madoff caiga ahora no es casual, sino más bien una explicación de la actual debacle financiera. Es que la causa no son las hipotecas basura sino la ambición desmedida y enceguedecedora de muchas personas, que hicieron girar este circo de expectativas siempre mayores sobre el valor de las cosas, de apuestas financieras sobre esas expectativas... y hasta de fraude sobre esas apuestas sobre esas expectativas.
Quiénes financiaban, o mejor dicho, los ejecutivos que allí trabajaban buscaban un jugoso bono anual de cientos de miles de dólares y hasta de millones de dólares. La empresa chocha, pagaba los bonos. Quienes compraban, tenían la ilusión (falsa) de haberse convertido en millonarios por el valor de sus casas. Y los reguladores y los gobiernos, mirando para otro lado porque siempre es lindo cuando el dinero circula.
Es más, por supuesto también hay intereses encrustrados en el gobierno. Sin ir más lejos, Henry Paulson -secretario del tesoro de Bush- decidió no salvar a Lehman Brothers (casualmente el rival más grande de Goldman Sachs, empresa en la cual Paulson había presidido anteriormente y con la cual tenía estrecha relación).
Una reflexión más del día, o más bien un consuelo de tontos: cuando leo estas cosas no me siento tan mal con la Argentina... hay ladrones en todas partes!
La foto es de "Pánico y locura en Las Vegas", (una peli rara, de culto, que me gusta) en la que, parafraseando a Wikipedia, un periodista (Johnny Depp) y su abogado (Benicio del Toro) recorren Las Vegas, inicialmente para cubrir una carrera de motocross. Rápidamente el viaje se desencadena en una explosiva travesía mientras ambos personajes consumen inhumanas cantidades de drogas, cometen varios fraudes y, en general, provocan el caos a donde quiera que vayan, destruyendo y escandalizando todo y a todos. La búsqueda del sueño américano a través de lo peor de una nación...
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jueves, marzo 12, 2009
miércoles, febrero 04, 2009
"No sabía eso de la atención al cliente"
por landi
Los nuevos empresarios suelen cometer errores y desconocer algunos elementos básicos, como el "marketing" que mencionaba el ex-emprendedor devenido taxista que contaba Danila en su entrada anterior. Pero a no creer que las grandes empresas no cometen errores también.
Los nuevos empresarios suelen cometer errores y desconocer algunos elementos básicos, como el "marketing" que mencionaba el ex-emprendedor devenido taxista que contaba Danila en su entrada anterior. Pero a no creer que las grandes empresas no cometen errores también.
Usuaria de la aerolínea LAN y con cuenta en el banco Santander Rio --y con publicidades permanentes contando beneficios-- se me ocurrió hace un mes que la tarjeta de crédito Santander Rio Lanpass era justo para mí (y muy sencilla de sacar, como me informaron en el sitio web).
El llamado fue fácil y simple...pero lo que vino después es un laberinto kafkiano. Quien tomó el pedido cometió un error (?) y me dio todo un paquete de cuentas, descubiertos y tarjetas que no pedí, con un costo que no me informó.
Ahí vinieron visitas a la sucursal, consultas, reclamos telefónicos varios, escucha de la llamada original...casi un experimento de investigación al que dediqué muuucho tiempo. (¿se acuerdan de Michael Douglas en "Un día de furia" diciendo "esto no es lo que pedí"?)
Conclusión: 20 días y varias idas y vueltas intermedias, hoy me llamaron para confirmarme que mi reclamo era justo, que se habían equivocado. Bien! ¿La solución? Ah, no, eso no está a nuestro alcance...
Así que después de hablar con unas 20 personas de diferentes áreas que saben las cosas siempre en forma parcial y que sólo tratan de sacarse de encima su partecita del problema o que se esfuerzan cuando hay incentivos de ventas, pero no cuando hay que satisfacer al cliente--creo que en este momento ésta es la cuestión de fondo más seria en todos los call centers y supuestos "centros de atención al cliente"--, tengo unas (cuasi)disculpas, pero no la solución... (¿Existirá alguna vez el banco que pueda atender bien a la gente, como planteaba aquella divertida publicidad?)
Cuento la de Santander Rio, pero no son los únicos, por cierto. Los reclamos de atención al consumidor ponen en los primeros lugares del ranking a grandes empresas como las de telefonía y celulares, las de transporte y las de servicios básicos, con la que todos seguramente tenemos historias que contar (como la de mi amiga ciega que quiso dejar asentado un reclamo en una sucursal de Telefonica y le dijeron que no iba a poder, porque las quejas debía escribirlas el cliente de puño y letra...)
miércoles, noviembre 07, 2007
Emprendedores irresponsables
por danila
Hace unos meses mis sillones Wassily pedían a gritos ser retapizados. "¿Quién puede hacer ese trabajo?" pensé. No es un sillón común ya que tiene una estrucutra tubular de metal y un tapiz de cuero tensado. Marcel Breuer se inspiró en una bicicleta para diseñar el original mientras trabajaba para la Bauhaus en 1925 y pudo hacer realidad su proyecto gracias a que por ese entonces la firma alemana Mannesmann perfeccionaba la manufactura de tubos sin costura.
Surfeando por Internet encontré "Salón del Cuero". La firma se especializaba en tapizados en cuero y trabajaba líneas contemporaneas. En su listado de clientes había hoteles, restaurantes, shoppings y empresas. Llamé por teléfono y mandé un email con la fotito de mi sillón preguntando si podían hacer el trabajo. Me dijeron que sí, que conocían los Wassily, me presupuestaron $450 por cada uno para cambiar el cuero, los retiraron y --luego de alguna insistencia telefónica de mi parte-- me los devolvieron retapizados a las dos semanas.
En el momento me pareció que estaba OK aunque el cuero me decepcionó (el original era de verdad, esto era cuerina). Ni bien se fue la camioneta me di cuenta de que no me habían dado una factura y de que no me habían devuelto el cuero original. Hmmm...
Pasaron tres semanas. Un invitado se sentó en uno de los Wassily y terminó en el piso. Los dimos vuelta para descubrir que estaban mal cosidos. También vimos que la estructura tubular estaba mal armada y que estaba encastrada sin tornillos (¿se los robaron?).
Llamé a Marcelo, con quien venía tratando, para que los arreglara. Se disculpó reiteradas veces y me dijo que me despreocupara que lo venía a buscar y en unos días lo arreglaba. No vino. Lo llamé nuevamente y me dijo que por un mes no podía hacer nada porque estaba en una obra en Mendoza. Lo llamé al mes. Me pidió que lo llamara en una semana. Lo hice y quedamos en un día para que recogiera los sillones. No vino. No llamó. Lo llamé nuevamente y quedamos en otra cita. No vino. No llamó. Nunca más atendió mis llamados. Ni mis emails. Ni los mensajes que dejé en el contestador del supuesto departamento de atención al cliente. Mi esposo mandó un email haciendose pasar por un nuevo cliente y lo llamaron por teléfono en el día. Cuando explicó quién era y porque llamaba, el tono del otro lado cambió y vino la respuesta: "Paso el sábado a buscarlo si puedo". Jamas vino. Ni llamó.
En el camino emprendedor, a Salón del Cuero le faltó aprender el capítulo de las buenas relaciones comerciales, del servicio post-venta, de la importancia de fidelizar a los clientes y de las buenas prácticas de una empresa responsable.
Hace unos meses mis sillones Wassily pedían a gritos ser retapizados. "¿Quién puede hacer ese trabajo?" pensé. No es un sillón común ya que tiene una estrucutra tubular de metal y un tapiz de cuero tensado. Marcel Breuer se inspiró en una bicicleta para diseñar el original mientras trabajaba para la Bauhaus en 1925 y pudo hacer realidad su proyecto gracias a que por ese entonces la firma alemana Mannesmann perfeccionaba la manufactura de tubos sin costura.
Surfeando por Internet encontré "Salón del Cuero". La firma se especializaba en tapizados en cuero y trabajaba líneas contemporaneas. En su listado de clientes había hoteles, restaurantes, shoppings y empresas. Llamé por teléfono y mandé un email con la fotito de mi sillón preguntando si podían hacer el trabajo. Me dijeron que sí, que conocían los Wassily, me presupuestaron $450 por cada uno para cambiar el cuero, los retiraron y --luego de alguna insistencia telefónica de mi parte-- me los devolvieron retapizados a las dos semanas.
En el momento me pareció que estaba OK aunque el cuero me decepcionó (el original era de verdad, esto era cuerina). Ni bien se fue la camioneta me di cuenta de que no me habían dado una factura y de que no me habían devuelto el cuero original. Hmmm...
Pasaron tres semanas. Un invitado se sentó en uno de los Wassily y terminó en el piso. Los dimos vuelta para descubrir que estaban mal cosidos. También vimos que la estructura tubular estaba mal armada y que estaba encastrada sin tornillos (¿se los robaron?).
Llamé a Marcelo, con quien venía tratando, para que los arreglara. Se disculpó reiteradas veces y me dijo que me despreocupara que lo venía a buscar y en unos días lo arreglaba. No vino. Lo llamé nuevamente y me dijo que por un mes no podía hacer nada porque estaba en una obra en Mendoza. Lo llamé al mes. Me pidió que lo llamara en una semana. Lo hice y quedamos en un día para que recogiera los sillones. No vino. No llamó. Lo llamé nuevamente y quedamos en otra cita. No vino. No llamó. Nunca más atendió mis llamados. Ni mis emails. Ni los mensajes que dejé en el contestador del supuesto departamento de atención al cliente. Mi esposo mandó un email haciendose pasar por un nuevo cliente y lo llamaron por teléfono en el día. Cuando explicó quién era y porque llamaba, el tono del otro lado cambió y vino la respuesta: "Paso el sábado a buscarlo si puedo". Jamas vino. Ni llamó.
En el camino emprendedor, a Salón del Cuero le faltó aprender el capítulo de las buenas relaciones comerciales, del servicio post-venta, de la importancia de fidelizar a los clientes y de las buenas prácticas de una empresa responsable.
lunes, agosto 20, 2007
"Estamos en Argentina"
por landi
Ayer se presentó en Bariloche el espectáculo que Maximiliano Guerra y el Ballet del Mercosur están llevando por el interior. Las oportunidades de ver espectáculos de esta magnitud son escasas por acá, así que saqué entradas ya hace un tiempo para asistir con mis chicos.
Compré localidades en una especie de bandeja alta en el estadio de Bomberos, porque desde arriba se tiene una mejor vista que desde la supuesta platea, unas filas de sillas de plástico en el piso plano del estadio. El problema es que no son numeradas, además de ser una duras tribunas de hormigón. Pero, bueno, estamos en Bariloche.
Quince minutos antes de la hora de comienzo llegamos al estadio y subimos a la zona que marcaban nuestras localidades. Oh, oh! No hay espacio! No importa. Para eso estarán estas personas de chalecos naranjas o las de uniforme de seguridad. No, no. Nosotros somos seguridad privada; no tenemos nada que ver con la organización (sic). Nosotros no acomodamos, pero ahí no se va a poder quedar, nos dicen los de naranja cuando haciendo contorsiones dignas de los bailarines que esperábamos ver nos acomodamos a los pies de los que ya estaban sentados. Bueno, entonces por favor llamá a alguien de organización porque yo pagué mis entradas en esta zona y debería encontrar un lugar en ella. No digo el mejor, simplemente los lugares que pagamos.
A la hora del supuesto comienzo del show, todavía no se había acercado nadie de la organización y los voluntarios de chaleco naranja y los de seguridad privada seguían sin tener muy en claro cuál era su trabajo en el lugar. Pero por suerte ahí viene la autoridad. Un señor ya mayor, de anteojos, con credencial y voz de mando. Se van a tener que mover todos detrás de los paravalanchas, ordena a la multitud que ya tenía pies de vecinos encajados en la espalda, codos a la altura de la nariz y por supuesto no podía moverse dos escalones hacia arriba como indicaba a los gritos el señor. Si no, se van a tener que ir.
-¿Usted es de la organización? -le pregunté con la poca paciencia que me quedaba a esa hora. -¿Qué pasó que no hay lugar si todos pagamos la entradas? ¿Por qué no intentan acomodar a la gente?
Mi instinto de organizadora me decía que no podía ser muy complicado organizar a un público de ballet en Bariloche. Qué quedaría si no, para los megaconciertos, Disneyworld o un partido de fútbol.
"Estamos en Argentina", me contestó como si eso excusara a los acomodadores de acomodar, a los de seguridad de brindarla y a los de organización de organizar.
Claro, después es esa la misma gente que se queja cuando los gobernantes no gobiernan o los jueces no sirven a la justicia...
Por suerte el espectáculo arrancó. En unos minutos la magia del arte había borrado la incomodidad, la Argentina trucha, la rodilla de la vecina clavada en la espalda. La entrega de los bailarines guiados por Guerra mostraba que hay otros argentinos, hacedores, profesionales, trabajadores, con disciplina y vocación por su trabajo.
El número final, pareció llevarme nuevamente al principio de la experiencia que relato. En "Argentino", Guerra y el ballet completo abordan el "orgullo de ser argentino", con música de la Bersuit Vergarabat. Los que valen y se esfuerzan, junto a los que nos llevaron a donde estamos hoy se mezclan en las letras de los temas que los bailarines abordan vestidos en celeste y blanco y rodeados de banderas nacionales.
¿Sería este señor que se escuda tras "estar Argentina" para no hacer su trabajo, ni preocuparse por los demás y encima maltratar a los que quieren disfutar del espectáculo era parte del show, para que sintiéramos en carne propia esa parte de la argentinidad de la que los Bersuit, Guerra y unos cuantos más no estamos orgullosos?
Ayer se presentó en Bariloche el espectáculo que Maximiliano Guerra y el Ballet del Mercosur están llevando por el interior. Las oportunidades de ver espectáculos de esta magnitud son escasas por acá, así que saqué entradas ya hace un tiempo para asistir con mis chicos.
Compré localidades en una especie de bandeja alta en el estadio de Bomberos, porque desde arriba se tiene una mejor vista que desde la supuesta platea, unas filas de sillas de plástico en el piso plano del estadio. El problema es que no son numeradas, además de ser una duras tribunas de hormigón. Pero, bueno, estamos en Bariloche.
Quince minutos antes de la hora de comienzo llegamos al estadio y subimos a la zona que marcaban nuestras localidades. Oh, oh! No hay espacio! No importa. Para eso estarán estas personas de chalecos naranjas o las de uniforme de seguridad. No, no. Nosotros somos seguridad privada; no tenemos nada que ver con la organización (sic). Nosotros no acomodamos, pero ahí no se va a poder quedar, nos dicen los de naranja cuando haciendo contorsiones dignas de los bailarines que esperábamos ver nos acomodamos a los pies de los que ya estaban sentados. Bueno, entonces por favor llamá a alguien de organización porque yo pagué mis entradas en esta zona y debería encontrar un lugar en ella. No digo el mejor, simplemente los lugares que pagamos.
A la hora del supuesto comienzo del show, todavía no se había acercado nadie de la organización y los voluntarios de chaleco naranja y los de seguridad privada seguían sin tener muy en claro cuál era su trabajo en el lugar. Pero por suerte ahí viene la autoridad. Un señor ya mayor, de anteojos, con credencial y voz de mando. Se van a tener que mover todos detrás de los paravalanchas, ordena a la multitud que ya tenía pies de vecinos encajados en la espalda, codos a la altura de la nariz y por supuesto no podía moverse dos escalones hacia arriba como indicaba a los gritos el señor. Si no, se van a tener que ir.
-¿Usted es de la organización? -le pregunté con la poca paciencia que me quedaba a esa hora. -¿Qué pasó que no hay lugar si todos pagamos la entradas? ¿Por qué no intentan acomodar a la gente?
Mi instinto de organizadora me decía que no podía ser muy complicado organizar a un público de ballet en Bariloche. Qué quedaría si no, para los megaconciertos, Disneyworld o un partido de fútbol.
"Estamos en Argentina", me contestó como si eso excusara a los acomodadores de acomodar, a los de seguridad de brindarla y a los de organización de organizar.
Claro, después es esa la misma gente que se queja cuando los gobernantes no gobiernan o los jueces no sirven a la justicia...
Por suerte el espectáculo arrancó. En unos minutos la magia del arte había borrado la incomodidad, la Argentina trucha, la rodilla de la vecina clavada en la espalda. La entrega de los bailarines guiados por Guerra mostraba que hay otros argentinos, hacedores, profesionales, trabajadores, con disciplina y vocación por su trabajo.
El número final, pareció llevarme nuevamente al principio de la experiencia que relato. En "Argentino", Guerra y el ballet completo abordan el "orgullo de ser argentino", con música de la Bersuit Vergarabat. Los que valen y se esfuerzan, junto a los que nos llevaron a donde estamos hoy se mezclan en las letras de los temas que los bailarines abordan vestidos en celeste y blanco y rodeados de banderas nacionales.
"¿Yo?... ¡Argentino!/Como el tiro en el corazón /De Favaloro. /Del éxtasis a la agonía oscila nuestro historial. /Podemos ser lo mejor, o también lo peor, con la misma facilidad."
¿Sería este señor que se escuda tras "estar Argentina" para no hacer su trabajo, ni preocuparse por los demás y encima maltratar a los que quieren disfutar del espectáculo era parte del show, para que sintiéramos en carne propia esa parte de la argentinidad de la que los Bersuit, Guerra y unos cuantos más no estamos orgullosos?
"Y así nos hacemos ARGENTINOS. /Nos tildan de ladrones, maricas, faloperos, /y ellos sumergieron un país entero. "
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