por landiAyer se presentó en Bariloche el espectáculo que Maximiliano Guerra y el Ballet del Mercosur están llevando por el interior. Las oportunidades de ver espectáculos de esta magnitud son escasas por acá, así que saqué entradas ya hace un tiempo para asistir con mis chicos.
Compré localidades en una especie de bandeja alta en el estadio de Bomberos, porque desde arriba se tiene una mejor vista que desde la supuesta platea, unas filas de sillas de plástico en el piso plano del estadio. El problema es que no son numeradas, además de ser una duras tribunas de hormigón. Pero, bueno, estamos en Bariloche.
Quince minutos antes de la hora de comienzo llegamos al estadio y subimos a la zona que marcaban nuestras localidades. Oh, oh! No hay espacio! No importa. Para eso estarán estas personas de chalecos naranjas o las de uniforme de seguridad. No, no. Nosotros somos seguridad privada; no tenemos nada que ver con la organización (sic). Nosotros no acomodamos, pero ahí no se va a poder quedar, nos dicen los de naranja cuando haciendo contorsiones dignas de los bailarines que esperábamos ver nos acomodamos a los pies de los que ya estaban sentados. Bueno, entonces por favor llamá a alguien de organización porque yo pagué mis entradas en esta zona y debería encontrar un lugar en ella. No digo el mejor, simplemente los lugares que pagamos.
A la hora del supuesto comienzo del show, todavía no se había acercado nadie de la organización y los voluntarios de chaleco naranja y los de seguridad privada seguían sin tener muy en claro cuál era su trabajo en el lugar. Pero por suerte ahí viene la autoridad. Un señor ya mayor, de anteojos, con credencial y voz de mando. Se van a tener que mover todos detrás de los paravalanchas, ordena a la multitud que ya tenía pies de vecinos encajados en la espalda, codos a la altura de la nariz y por supuesto no podía moverse dos escalones hacia arriba como indicaba a los gritos el señor. Si no, se van a tener que ir.
-¿Usted es de la organización? -le pregunté con la poca paciencia que me quedaba a esa hora. -¿Qué pasó que no hay lugar si todos pagamos la entradas? ¿Por qué no intentan acomodar a la gente?
Mi instinto de organizadora me decía que no podía ser muy complicado organizar a un público de ballet en Bariloche. Qué quedaría si no, para los megaconciertos, Disneyworld o un partido de fútbol.
"Estamos en Argentina", me contestó como si eso excusara a los acomodadores de acomodar, a los de seguridad de brindarla y a los de organización de organizar.
Claro, después es esa la misma gente que se queja cuando los gobernantes no gobiernan o los jueces no sirven a la justicia...
Por suerte el espectáculo arrancó. En unos minutos la magia del arte había borrado la incomodidad, la Argentina trucha, la rodilla de la vecina clavada en la espalda. La entrega de los bailarines guiados por Guerra mostraba que hay otros argentinos, hacedores, profesionales, trabajadores, con disciplina y vocación por su trabajo.
El número final, pareció llevarme nuevamente al principio de la experiencia que relato. En "Argentino", Guerra y el ballet completo abordan el "orgullo de ser argentino", con música de la Bersuit Vergarabat. Los que valen y se esfuerzan, junto a los que nos llevaron a donde estamos hoy se mezclan en las letras de los temas que los bailarines abordan vestidos en celeste y blanco y rodeados de banderas nacionales.
"¿Yo?... ¡Argentino!/Como el tiro en el corazón /De Favaloro. /Del éxtasis a la agonía oscila nuestro historial. /Podemos ser lo mejor, o también lo peor, con la misma facilidad."
¿Sería este señor que se escuda tras "estar Argentina" para no hacer su trabajo, ni preocuparse por los demás y encima maltratar a los que quieren disfutar del espectáculo era parte del show, para que sintiéramos en carne propia esa parte de la argentinidad de la que los Bersuit, Guerra y unos cuantos más no estamos orgullosos?
"Y así nos hacemos ARGENTINOS. /Nos tildan de ladrones, maricas, faloperos, /y ellos sumergieron un país entero. "